Desapegos y otras ocupaciones.

domingo, 20 de abril de 2014

COLECCIÓN.


Tengo una colección de objetos encontrados en libros de segunda mano.
Hace años, cuando la cosa empezó a ir mal y no me podía permitir pagar los precios de los libros nuevos, empecé a frecuentar sitios donde poder adquirir la ingente cantidad que devoro un mes tras otro y sin la cual mi vida sería anodina.

Así, desde billetes de avión, metro, tren o autobús, hasta tarjetas postales, marca páginas, facturas, trozos de papel con números de teléfono anotados. Incluso un sobre de correos cerrado, con su sello postal sin matar, su remitente y su destinatario; pero esa es otra historia...
Mas no es sólo de objetos esta colección.
También recopilo, escaneo, todo lo que encuentro apuntado en dichos libros: dedicatorias, ex libris, más números de teléfonos, nombres..., anotados con los más variados tipos de letras y medios escribidores: lápices, plumas, rotuladores o simples bolígrafos baratos.

Mi regla principal: nunca intentar interferir en las vidas de los posibles dueños de esos nombres y direcciones.
Bueno, una vez -sólo una vez-, me salté la regla y llamé a uno de esos números de nueve cifras, que venía acompañado del nombre y la inicial Olga M., en las páginas de cortesía de una novela de Vargas Llosa.

Hace ya bastante tiempo, anduve enamoriscado de una chica con ese nombre y esa inicial en su apellido; además, el prefijo del número se correspondía con el de la provincia donde se cruzaron nuestras existencias. Pero las batallas de la vida nos separaron antes de poder llegar a algún tipo de relación que mereciese ese calificativo.
Marqué el número con un cierto temblor de avidez y de prisa: para no echarme atrás, para permitirme a mí mismo romper la regla básica de mi humilde acto de coleccionismo.

Después de varios tonos, una voz de mujer, posiblemente mayor, al otro lado contestó con cansancio a mi pregunta:

-¿Olga?
-Sí, vivía aquí. Pero va a hacer un año que murió.

Además de cansancio, había una tristeza antigua en el fondo de su voz.
Colgué.
No quise preguntar más.
Tuve miedo, sentí alivio.
Noche tras noche, se repitieron obtusos sueños con la figura protagonista de Olga M. en dos versiones distintas: la auténtica, viva, alegre y despreocupada como yo la conocí y otra ficticia que se le parecía, pero con perversas variaciones y muerta en diferentes circunstancias, siempre de forma violenta...



(ANOTACIÓN A LÁPIZ ESCRITA EN LAS PÁGINAS FINALES DE UN LIBRO DE SEGUNDA MANO).