Desapegos y otras ocupaciones.

domingo, 10 de marzo de 2013

"TENEMOS QUE HABLAR DE KEVIN". Lionel Shriver.


Editorial Anagrama,  2007. 607 págs.
Traducción: Javier Calzada.



Esta es una de esas novelas que han conocido el éxito gracias al "de boca en boca" y a un título llamativo que, por otra parte, la hace parecer previsible. Pero  no lo es, ni mucho menos.

Una pareja feliz, sin hijos. Ella autora y editora de guías de viajes; él, fotógrafo, localizador de exteriores para publicidad.

Un día, ante la inesperada tardanza del marido y la angustia que esto le provoca, ella decide optar por una maternidad ante la que hasta ahora había dudado.

El libro está estructurado en forma de cartas: las que le va escribiendo la madre de Kevin a su marido, como terapia no prescrita. 
En ellas, se va desvelando a posteriori todo lo que ocurrió "aquel jueves" y todo lo que había ido sucediendo anteriormente, desde la relación de la pareja y sus respectivas opiniones ante el hecho de tener un hijo o no tenerlo, hasta el desenlace. 

Aunque desde el principio se nos vayan dando pistas sobre el comportamiento del chico y sus posteriores consecuencias, el asombro se irá apropiando de nosotros conforme avanzamos en la lectura, difícil de dejar como en pocos libros de los que he leído últimamente.


Lionel Shriver.
La autora (porque se trata de una mujer, en contra de lo que parece indicar el nombre), consiguió el prestigioso Premio Orange exclusivo para féminas, dotado con 30.000 libras esterlinas, en 2005 con esta novela.



La película basada en el libro se estrenó en el Festival de Cannes 2011 donde fue elogiada de forma unánime por la crítica.

607 páginas que se hacen cortas; una novela de esas difícilmente olvidables.

Algunas citas:

"¿Qué locura se apoderó de nosotros? ¡Éramos tan felices... ¿Por qué arriesgamos cuanto teníamos en ese juego atroz de tener un hijo? Me doy cuenta de que te parecerá sumamente blasfemo el simple planteamiento de esta pregunta..."



"Sé que no me creerás, pero te aseguro que intenté con todas mis fuerzas crear una intensa relación afectiva con mi hijo. Pero mis sentimientos -hacia ti, por ejemplo- nunca habían sido para mí un ejercicio que estuviera obligada a ensayar una y otra vez igual que las escalas de un piano. Cuanto más esforzadamente lo intentaba, más convencida estaba de que tanto esfuerzo era una abominación. Sin duda, toda aquella ternura, que, en último extremo, imitaba simplemente como una mona, hubiera debido llamar a la puerta sin que nadie la invitara. De ahí que, además de deprimirme Kevin, y el hecho de que tu afecto se alejara cada vez más de mí, también me deprimiera lo que consideraba mis fallos. Era culpable de malversación emocional."

"¿Qué pueden hacernos nuestros hijos? Para empezar, partirnos el corazón. También, avergonzarnos y llevarnos a la ruina. Y, por mi experiencia personal, puedo dar fe de que son capaces de hacernos desear no haber nacido. ¿Y qué podemos hacerles nosotros? Prohibirles que vayan al cine, por ejemplo. Pero ¿cómo? ¿con qué respaldamos nuestras prohibiciones, si el niño se encamina a la puerta en actitud beligerante? La cruda realidad es que los padres somos como los gobiernos: mantenemos nuestra autoridad mediante la amenaza, abierta o implícita, de recurrir a la fuerza física. Un niño hace lo que le decimos -no nos engañemos- porque podemos partirle el brazo."





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