Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 18 de abril de 2009

NÚMERO DE NUEVE CIFRAS.




I


Era la primera vez que hacía un pedido de libros "usados". En cuanto me llegó el aviso, me apuré en ir a recogerlos. Alguna rareza de Cortázar que aún no había leído, algo de Bryce Echenique, de Paul Auster... Las pocas cosas que me faltaban de estos y de alguno más.

Mi duda era si los libros vendrían muy deteriorados. A esos precios, una cuarta o quinta parte de su valor, podrías esperar cualquier cosa: humedades, roturas, huellas de insectos... O huelllas de sus anteriores amos-dueños-lectores.

Cuando abrí precipitadamente el paquete, ya en casa, los trece volúmenes aparecieron mucho mejor de lo que esperaba.

Probablemente, restos de librerías ya descatalogados, inencontrables.

Al primer vistazo no aprecié ninguna huella de las que solemos dejar los de oficio lector: marcas, señales, subrayados, fechas... Así que me reafirmé en la teoría de los "fondos de librerías".

Los guardé todos en una caja-sala de espera que duerme bajo la cuna de la niña, no sin cierto temor a que sus "efluvios" de libros usados afectasen de alguna forma al sueño de la pequeña. Y seguí leyendo lo que me traía entre manos desde hacía ya bastantes días: un grueso volumen -900 páginas- de Murakami, para terminarlo cuanto antes y empezar alguno de la nueva remesa, aún sin saber cual.

Al día siguiente, ya terminado -felizmente, tristemente- Murakami, volví a la caja y cuando cogí el primer libro, de un autor ruso que no mencionaré, en su página final vi anotado a bolígrafo un indudable número de teléfono, con el prefijo de una provincia desconocido para mí y que no retuve, aunque sí se me grabó la serie 7474 de su parte central.

Esa noche soñé con diversas combinaciones numéricas plagadas de sietes y de cuatros que formaban números telefónicos imposibles, abrumadores.

He olvidado mencionar que, en lugar del libro que tenía el fatídico número anotado, me decidí a última hora por otro, con lo cual no había vuelto a vislumbrar la serie numérica. Y, con el escarmiento de la pesadilla "cifrada", desde luego que no volví a mirar aquella anotación a bolígrafo. Es más, traté -inútilmente- de no pensar más en ello.

Una noche o dos más volvieron a aparecer en mis obnubilaciones oníricas los sietes y los cuatros rodeados de diferentes cifras. Pero fueron pasando los días -y los libros- y no volví a pensar en el asunto.

No sé si intencionadamente, el libro del autor ruso se fue quedando para el último. Me hallaba enfrascado en una lectura de Justo Navarro que me entusiasmó más de lo que en un principio hubiera imaginado. Me faltaban pocas páginas y no tenía mucho sueño, así que seguí y seguí leyendo hasta el final. El reloj marcaba las 2:55. Ya sólo me restaba el libro del autor ruso, que empezaría al día siguiente.

Justo cuando apagué la luz, sonó el teléfono. Extrañado, alarmado por una llamada a esas horas, me apresuré a descolgar, casi temblando. En la pantalla del aparato aparecían las nueve cifras, con prefijo de una provincia desconocida y la serie central 7474.

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