Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 25 de abril de 2009

NÚMERO DE NUEVE CIFRAS (y 3).






III



En el trabajo me notaron algo, pero no quise dar muchas explicaciones. Simplemente (¡!) dije que llevaba unos días durmiendo mal.
Tenía que hacer algo. Y después de pensar –sin demasiada fluidez, sin ideas, aterrorizado- salí una tarde de casa con el libro maldito dentro de una bolsa de plástico. Caminé sin saber muy bien a dónde dirigirme ni qué hacer con él.
Finalmente, en un impulso sin vuelta atrás, lo dejé caer junto a un banco, en el césped de un parque entre mi domicilio y mi lugar de trabajo.
Sí: hubiese sido más fácil arrojarlo a la basura, a cualquier contenedor, pero una especie de curiosidad morbosa me hizo trazar rápidamente un plan: observaría, a cierta distancia, quién se lo llevaba. En este pueblo-ciudad, más o menos nos conocemos todos. Y así, podría averiguar luego lo que sucedía con el libro y con su nuevo poseedor.
Pocos minutos pasaron. Un anciano, al que conocía sólo de vista, se sentó en el banco y con la contera de goma de su bastón –tienen esa costumbre- empezó a tantear el objeto del suelo. Dificultosamente, se agachó; lo miró por un lado, por otro; lo abrió y lo hojeó (lo ojeó).
Pasados unos minutos más, se marchó llevándolo bajo el brazo.
Al día siguiente por la mañana, pongo la radio local mientras me aseo y me entero de que el anciano ha muerto. De alguna forma, esperaba algo así; pero no por ello deja de invadirme una mezcla de terror y culpabilidad.


Decido que tengo que ir a su casa, hablar con su familia, enterarme de qué ocurrió. Pero tan pronto…
Unos días después del funeral, sabiendo que sólo vivía con su esposa (ahora, su viuda), resuelvo pasar por allí. Le diré que yo había perdido un libro y que alguien me contó que había visto a su difunto esposo y que…
Cuando llego y me presento educadamente, doy el pésame a la viuda –aunque sólo nos conocemos de vista, también- y voy tanteando el terreno.
La pobre señora se desahoga y me cuenta que su marido murió de madrugada cuando, poco antes de las 3, sonó el teléfono, se levantó y lo descolgó. Viendo que no volvía a la cama, ella se acercó y lo halló muerto con un extraño rictus, mezcla de sorpresa y terror, en su cara.
Desde entonces, vive angustiada “soñando” que el teléfono vuelve a sonar de madrugada. Así que, por consejo de su médico, ha empezado a tomar unas pastillitas que le van muy bien y que está más tranquila y que duerme del tirón y que…
Sin pensar en nada más de lo que me está diciendo, la interrumpo. Le digo que tengo cierta prisa y que si me hace el favor de devolverme el libro. Así lo hace y vuelva cuando quiera, ha sido un placer charlar con un joven tan educado y…

Esa misma tarde, lleno el depósito de gasolina y me voy todo lo lejos que me permiten mis nervios destrozados. En un sitio solitario y despejado, aparco el coche. Reúno unas ramas secas y les prendo fuego. El libro arde muy pronto. Demasiado pronto. Me parece mentira.
Vuelvo a casa, quizás más nervioso que antes. Mi esposa tampoco sabe bien qué es lo que me pasa y sospecha que tengo un lío con alguien del trabajo o un problema con algún tipo de adicción o algo así…

Hemos terminado por separarnos. “Por una temporada -dice ella- No podemos seguir así…”
Algunas noches me despierto sobresaltado, soñando con libros que arden, ancianos con bastones, números y llamadas de teléfono. Y no quiero ni mirar la hora que es.
-


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.